La conmovedora historia de una madre de Malvinas que aún busca a su hijo

A treinta y cuatro años de la guerra, es el amor lo que mantiene en pie a Elma Pelozo quien sigue buscando sin descanso el cuerpo de su hijo, Gabino Ruiz Díaz.

  • Por Gaby Cociffi (*)descarga«Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la Patria».

La apretada letra de Gabino Ruiz Díaz, en el amarillento formulario de encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. «‘Cambacito’ sabe que no va a volver», se dijo Elma Pelozo (hoy 76), sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colonia Pando, a 140 kilómetros de la ciudad de Corrientes.

«Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi Patria», estiró las palabras para llenar el renglón con su caligrafía infantil.

En soledad Elma dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador. No quería que su familia la vea triste. Su Cambacito («por negrito», aclara) estaba en Malvinas. Y era el orgullo de la humilde colonia donde cosechaban tabaco y sandías.

A su memoria regresaron todas las imágenes del día en que su hijo le dijo adiós y se fue a la guerra para siempre.

«La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor», recuerda y busca la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del tiempo, allí se lo ve a Gabino, con solo diecinueve años, posando orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce con honor su vestimenta de soldado.

LA MUERTE DE UN VALIENTE

Elma acaricia la foto de su hijo. «En ese entonces éramos una familia feliz», suspira. Treinta y cuatro años después, la familia ya no es la misma. Su marido, don Gabino, murió en 2011 luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado durante una década. Pero ella encuentra otra explicación para el sufrimiento del único hombre que amó, que va mucho más allá de la medicina: «Empezó a apagarse el día en que le dijeron que su hijo estaba desaparecido en la guerra, que ya no volvería».

Los recuerdos -entre mates y pastelitos de queso y dulce caseros- se cuelan por todos los rincones de esta casa que, gracias al dinero que recibieron de la pensión por el hijo muerto, tiene cielorraso, machimbre, cerámicos y ladrillos.

Elma relee aquella carta y llora en silencio. «Yo lucharé por mi Patria», escribió Cambacito pocos días antes de morir en la cruenta batalla de Goose Green, el 29 de mayo de 1982. Llevaban tres días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista británico cuando Gabino saltó de su trinchera y al grito de sapucay «les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo», recuerda Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12.

LA VIDA DE CAMBACITO

El 27 de junio de 1962, con la escarcha aun cubriendo los campos y la ayuda de la partera Doña Miño, llegó al mundo el tercero de los ocho hermanos Ruiz Díaz. Cinco días más tarde, como marca la tradición en la provincia norteña, la comadrona regresó al ranchito de adobe llevando el agua bendita para que el niño «renunciara al demonio» y fuera bautizado. Su padre eligió el nombre sin un atisbo de duda: «Se llamará como yo, Gabino».

Gabino creció entre los cultivos de tabaco y sandías, esos que le permitían a la familia llenar la olla y tener pan en la mesa cada noche. Mientras trabajaba en la cosecha, terminó séptimo grado en la escuela Santa Rosa de Lima –hoy Escuela 216 Héroe de Malvinas Gabino Ruíz Díaz–, destacándose en Ciencias Naturales. Su maestra de cuarto grado, Carmen Itatí Nuñez, lo definía -según se lee en el viejo cuaderno- como un chico «muy despierto, que habla siempre de animales y es aplicado en la tarea».

Tuvo una infancia de pobreza y privaciones, pero con una familia que supo encontrar en las pequeñas cosas una gran felicidad. Vivían al día, con lo que el campo les daba, sabiendo que a su casa en las Navidades nunca llegaría Papá Noel, y que no valía la pena escribirle una carta a los Reyes Magos pidiéndoles el juguete soñado. «Eramos muy humildes, sabíamos que para nosotros no había regalos», explica su hermana Antonia. Pero un 6 de enero, don Gabino se dio un lujo que aún hoy sus hijos recuerdan con el corazón estrujado de dicha: les compró a cada uno de ellos una alcancía con forma de animal. «A Cambacito le tocó un dorado enorme, como de 40 centímetros de largo. Arriba de la aleta tenía la ranura para echar las monedas», rememora su madre.

El amor no le fue esquivo y, aunque nunca presentó una novia en familia, todos saben –»por boca de la nieta de don Tito»– que Gabino se había enamorado por primera vez de Elenita, que luego siguió Leonor, y más tarde cortejó a Vicenta. Fue a esta última, aseguran, a quien le contó sus ilusiones: «No voy a ser policía como mi papá. Cuando me den la baja en el servicio militar voy a cultivar tabaco y sandías». Elma no sabe si su hijo le pidió a aquella novia que lo esperara. «No lo creo, él tenía un corazón inquieto», resume con picardía.

MI HIJO SE FUE A LA GUERRA

Fue en el tiempo de Pascuas de Resurrección cuando Gabino se despidió de su familia.»Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos», recuerda Elma cada detalle con una precisión que conmueve.

«A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó», cuenta. Antes de partir habló a solas con su padre, a quien siempre había obedecido sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó un pequeño bolso con todas sus pertenencias: un pantalón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampado en colorado y negro que usaba para los bailes, su pulóver azul y las botas del uniforme recién lustradas.

«Lo vi irse por ese camino. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tanto se daba vuelta y saludaba con la mano», relata con angustia. En ese entonces Elma no sabía que su hijo se iba a la guerra. «Nadie del Regimiento llamó para decirme que se iban a las islas. Y tendrían que haberlo hecho… eran criaturas. Seguro ahora Galtieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y enlutó la Argentina», finaliza con la voz quebrada.

DIOS, EN VOS CONFIO

«La fuerza me la da Gabino y me la da Dios. En Dios encuentro consuelo», habla Elma con esa aceptación del destino que solo da la Fe. Católica de nacimiento, evangelista desde el año 66′ -cuando los pastores le enseñaron a «encontrar las palabras para poder hablar con Dios»-, siente que Jesús la salvó. Y agrega con devoción cristiana: «Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pero la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y todavía lo extraño».

Cuando Cambacito se fue a la guerra, ella rezó cada noche «pidiéndole al Padre celestial que lo proteja». Pero su hijo quedó en esa tierra de turba y niebla. ¿Acaso sintió que Dios no la había escuchado? «Dios es el arquitecto de nuestra vida, hija. Solo El comprende por qué decidió llamarlo a su lado. Nunca me enojé con Nuestro Señor, El siempre te está escuchando», responde sorprendida.

Y me lleva al patio delantero de su casita, donde su marido plantó un árbol florido que aún perdura. Lo señala, y cuenta: «Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces, yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Dios, pensando que quizá así no llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija, nadie».

EL DIA DEL ADIOS

Los mates siguen de mano en mano mientras cae la tarde. Elma, entrañable y cariñosa, me abraza y casi susurrando me confiesa al oído: «Mi hijo murió en las Malvinas, pero vino a casa esa noche a despedirse». Relata que una mañana de mayo del 82′ se fue caminando por el baldío hacia la casa de su madre. Doña Lucía estaba angustiada y la recibió con una frase que sería premonitoria: «Tu hijo no va a volver». Ella la cortó con dureza: «¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no depende».

Esa noche se quedó a dormir en la cama que su hijo había usado desde los diez años, allí en la casa de la abuela. «Y sentí que Gabino vino, se acostó a mi lado y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito», murmura. Era la madrugada del 29 de mayo de 1982, la misma fecha en la que su hijo cayó peleando en la batalla de Pradera del Ganso.

«Hoy sé que me visitó para despedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse sin decirme adiós», cuenta con lágrimas en los ojos.

Y un día la guerra terminó. Los soldados volvieron al Continente. Los llevaron en trenes y camiones a sus pueblos. Pero Cambacito no regresó. Desesperada, Elma llegó jadeando al Regimiento: «¿Dónde está mi hijo?», imploró. «El soldado Gabino Ruiz Díaz está desaparecido», informaron los oficiales a cargo. Elma se quebró: «¿Desaparecido? ¿Dónde? ¿Va a volver? ¿Alguien lo vio?». La única respuesta que obtuvo fue el silencio.

Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no recuerda, le entregaron en la Municipalidad un sobre certificado con el remitente del Regimiento de Mercedes. En el mismo instante en que lo abrió, se desvanecieron todas sus esperanzas: «Esperé hasta el último instante que Gabino un día golpeara la puerta y regresara a casa. Figuraba como ‘desaparecido’ y eso me daba esperanzas. Pero en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su número de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería».

ESAS ISLAS LEJANAS

Durante veinte años nadie volvió a hablar de Cambacito en la casa. Como si el silencio, el no nombrarlo, pudiera tapar el dolor de la ausencia. «Tenía algo atragantado en la garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras», asegura. Fue entonces cuando pudo viajar a las Malvinas. En el cementerio de Darwin recorrió las 237 cruces blancas, sin derramar una sóla lágrima. «Allí sentí que estaba cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió».

Se abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. «¿Dónde tengo que poner este recordatorio?», se preguntó. «Esperaba sentir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hijo me dijera: ‘Estoy acá, mami’. Entonces me arrodillé, dejé la placa y le recé», recuerda.

A Elma le faltó en ese primer viaje a Malvinas, y aún le falta hoy, una tumba donde dejar una flor: el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 123 caídos, jamás fue reconocido. Su cruz reza simplemente: «Soldado argentino solo conocido por Dios».

A treinta y cuatro años de la guerra, Elma Pelozo se suma a los 360 familiares que desde 2012 luchan y bregan -junto al veterano Julio Aro, de la Fundación No Me Olvides de Mar del Plata y a esta periodista-, por la identificación de los soldados NN de Malvinas.

Hoy, los gobiernos de Argentina y el Reino Unido, con la cruz Roja Internacional como mediadora, han dado los pasos políticos y diplomáticos necesarios para para que esta causa humanitaria finalmente pueda realizarse. Sin embargo, el tiempo pasa, y las madres de los caídos sufren: «Hemos esperado muchos años, ya no tenemos tanto tiempo, todas las mamás somos gente grande… Ojalá que el presidente Macri, que es papá, entienda la enorme angustia que significa irse de esta vida sin saber dónde está tu hijo. Saber dónde está el cuerpo de Cambacito, que tanto he buscado durante todos estos años, me traería una nueva paz», implora.

En el día de la madre, Elma festejará con sus hijos y sus nietos. En la mesa familiar, todos recordarán a Cambacito. Con una sonrisa asegura que este domingo, seguramente, algún veterano pasará a saludarla: «Todos ellos son un pedazo de mi vida», dice emocionada.

Y cuenta con entusiasmo que cuando la visitan la llaman «mamá», y ella los abraza como abrazaba a su Gabino. «Nunca te vas a olvidar de tu hijo, pero hubo nuevos hijos que me dio la vida». (*) Directora Editorial de Infobae.com

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