Santi Maratea: el hippie que sufrió un golpe durísimo y logró ser famoso ayudando a los demás

Los que lo conocen lo definen como un espíritu libre. La pérdida de su madre y cómo construyó el “monstruo” capaz de hacer milagros solidarios en las redes.

El colegio no le gustaba para nada, no estudiaba, no prestaba atención, se distraía por cualquier motivo, pero lo querían todos, compañeros y profesores. Sin embargo, las bajas calificaciones y las continuas llamadas de atención de las autoridades de El Refugio, en Boulogne, hacían que Mariana y Rafael tuvieran que ir –seguido– a poner la cara para el cachetazo. «Fue un suplicio la secundario, decidimos dejar de pagar ese colegio y terminó el bachillerato acelerado en una escuela pública», dice el papá de Santiago Maratea.

El famoso influencer está hoy en boca de todo el mundo por sus contundentes acciones solidarias en las redes. El mes pasado sacudió su Instagram cuando se supo que pudo lograr reunir los dos millones de dólares para que los padres de Emmita, una beba de once meses, consiguieran un medicamento para luchar contra la atrofia muscular espinal que padece.

Y en las últimas horas recaudó 99 mil dólares para que para que 35 atletas argentinos y sus entrenadores puedan viajar, este jueves, al torneo Sudamericano de Atletismo en Guayaquil. Iniciativa que echó a rodar luego de que el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) comunicara que no podía hacerse cargo del traslado a la ciudad ecuatoriana. Maratea se puso en contacto con la compañía South American Jets y negoció el valor del vuelo chárter, que el Enard había informado era de 160 mil dólares.

«Dios», «Genio», «Necesitamos nuevos referentes», «Eso es hacer política, no la de nuestros corruptos». Así empezaron a llover elogios y halagos para el influencer de 27 años (el 2 de junio cumplirá 28), un joven que genera pasión, devoción y admiración entre muchos de sus seguidores por su empatía y transparencia. Otros que no lo conocen, como el actor Gastón Soffritti no duda en afirmar: «Si la gestión de las vacunas la hacía Santi Maratea, hoy no estábamos todos adentro«.

Coach empresarial, Rafael cree que «tal vez si mi hijo se hubiera abocado al tema de vacunas podría haber conseguido algo, pero no sé, creo que es un tema que lo supera, es algo muy complejo… Santi es más pragmático, donde ve una necesidad ahí levanta la mano. Siempre fue así, un muchacho que nunca le interesó la plata, nunca le dio valor, por eso es tan desprendido. Hace poco reunió 30 mil pesos ‘para el mejor delivery de pizzas’. Cuando llegó la muzzarella a su casa, le dio esa plata al muchacho, imaginate la emoción».

Lola, una amiga que lo conoce hace más de diez años, recuerda al Santi de rastas, adolescente, «cuando era un hippie que quería ser famoso, tenía mucha necesidad de expresarse y en ese momento no sabía cómo, no podía encontrar el camino, hasta que pasó el tiempo, pudo descubrir su espacio, hasta ir deconstruyendo su propia realidad«. Maratea es de esas personas pensantes, que siempre escuchó mucho y habló lo justo y necesario.

«Todo lo que Santi hace o dice nos hace replantear muchas cosas de nuestra propia vida. Tiene una manera de explicar en la que podés concordar o no, pero siempre te deja carburando. Él logró llegar adonde llegó porque fue consecuente y perserverante… Nunca perdió el tiempo, él hizo su caminito en silencio, siendo muy perseverante y consecuente, porque para llegar hay que ser como él. Y él quería llegar para ayudar a la gente. Ese siempre fue su objetivo, nunca cambió, fue fiel a su manera de hacer y decir», comparte Lola.

No fue sencilla la vida de Santi, el más chico de cuatro hermanos: los mellizos Tomás y Lucas (33), y Josefina (30), que vive en Nueva Zelanda. Cuando Santi tenía dos años era llevado por su mamá Mariana al hospital, para acompañar a Rafael, sometido a un tratamiento oncológico. Hasta sus cuatro años mamó las urgencias de una batalla familiar contra un cáncer de garganta. «Lo criamos para sortear obstáculos, fue una vida de lucha, de no quedarse quieto, de seguir para adelante», desliza Rafael, quien superó ese cáncer, perdió a su hermana en 2001 y volvió a tener un tumor, esta vez de tiroides.

Cuando terminó el colegio, Santi era un chico de puertas adentro. Le gustaba quedarse encerrado todo el día en su cuarto, o a veces en el baño, con su teléfono y sus «plantitas» para fumar. «El estaba horas con su teléfono y varias veces lo enganchamos con marihuana. Nuestra preocupación era que podía ser la puerta de entrada a drogas más pesadas, pero por suerte no llegó. Como él dejaba todo a la vista, con mi mujer tirábamos todo lo que encontrábamos».

Rafael y Mariana no sabían qué hacía todo el día y eran recurrentes los cortocircuitos entre madre e hijo. «Sabíamos que quería estar en la tele, en la radio, pero no entendíamos por qué vivía jugando con su teléfono todo el día. Claro, él estaba creando este monstruo que es hoy, pero en ese momento sólo sabíamos que estaba tirado en la cama todo el día y suponíamos que estaba boludeando».

Siempre fue «el más rebelde de la casa» Santi, que vivía preocupado por las causas perdidas, «él miraba el mundo de una manera distinta, pensando en ayudar para que el otro esté mejor, casi de manera idealista. Y mirá lo que es ahora, un genio. Pero en esos años, con Mariana estábamos inquietos, porque pretendíamos sacudirlo para que se dedicara a algo más concreto como sucedía con sus hermanos mayores». Así, en ese tire y afloje, se producían cortocircuitos que no pasaban a mayores.

Cambiaron las reglas en la casa familiar y como Santi ya tenía edad (18-19) para colaborar en casa, se le impuso que no tenía que estar allí entre las 9 de la mañana y las cinco de la tarde. Más allá de rebeldías y discusiones, Santi era pacífico y dócil, nunca se peleó con nadie. Y si tenía que acatar, respetaba lo que le decían sus mayores. «Callejeando por ahí, solo con sus pensamientos, se le ocurrió pedirles un alfajor a distintos kiosqueros para regalárselos a chicos de la calle, a cambio de filmar esas escenas, subirlas en YouTube y mencionar al kiosquero».

Ese fue el puntapié inicial de una serie actividades solidarias: regalando pañuelos a hombres y zapatos a mujeres. Todo iba a su canal de YouTube, que engrosaba seguidores y proveedores. Después empezó a obsequiar plata a necesitados, que salía de su propio bolsillo y a medida que su red de asistencia iba creciendo, sus desafíos subían la vara: ayudó a costear los estudios de derecho a Omar Gutiérrez, el primer joven de una comunidad wichi que cursó abogacía en Buenos Aires. Y donó el Chevrolet Onix al Centro Social y Solidario Sonrisas, que cobija a niños en situación de riesgo.

«Santi estaba construyendo en silencio un futuro que en ese momento no existía, ni tampoco imaginábamos», reconoce Rafael, que orgulloso infla el pecho para deshacerse por los milagros que hace su hijo. «Cuando entendimos lo que hacía, con Mariana ya no nos importaba cómo le fuera, pero decidimos apoyarlo. Y hoy, con estas movidas que tanta divulgación tienen, estoy seguro de que Mariana debe estar feliz y con su espíritu lo guía y acompaña. Como lo hizo siempre, porque fue mi mujer, su mamá, quien le inculcó a Santi el amor al prójimo«.

Mariana decidió ponerle punto final a su vida en agosto de 2019, lo que provocó –como en cualquier familia– un terremoto para los Maratea. En la despedida final, en el Memorial de Pilar, Santi tomó la palabra: «Ella decidió su muerte, ni mi familia ni yo lo entendemos. Pero yo respeto su decisión«, sostuvo ante el asombro de unas dos mil personas allí presentes. «Y a mí me dejó pasmado lo que dijo, pero hoy, a casi dos años, lo entiendo y le doy la razón. La muerte de Mariana nos unió y fortaleció como familia».

Santiago vive solo hace unos seis años. Primero se mudó al barrio de Congreso, donde le prestaron un departamento, y ahora alquila en San Isidro. Es un alma libre, va y viene, no le gusta rendir cuentas ni avisar qué hace o deja de hacer. «Hace poco me volvió a sacudir –recuerda Rafael–: ‘Pa, vos no sabés lo que agradezco que se haya muerto mamá y no vos. Imaginá si el que se muriera hubieras sido vos… Mamá estaría llamándome todo el tiempo, reclamando mi presencia, qué hacés, dónde estás, con quién, adónde vas, con todo lo que la quiero a la vieja… Vos me dejás ser, me entendés y sabés que estoy a mi manera«.

Tanto su amiga Lola como Rafael coinciden en que empatía y transparencia son un binomio que a Santi lo ayudó a construir esa muralla de un millón doscientos mil seguidores. «Es un chico que nunca cambió, siempre mantuvo su entidad y es fiel a sus propias creencias. Y eso cautiva a la gente, ávida de creer en alguien». Con una satisfacción a flor de piel, Rafael se muere por abrazar a su hijo. «Hoy me llamó: ‘Viejo, el jueves me voy a Ecuador con los atletas, pero antes paso y comemos juntos’. Así que lo estoy esperando».

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